Londres (PL).- Usain Bolt perdió el título en los 100 metros y muchos dijeron… «es humano». Hace unas semanas lo habíamos dicho en este espacio de Orbe, existía la posibilidad de que el semidiós jamaicano perdiera el trono, el eclipse del rayo era, por primera vez en la vida, previsible y pronosticable.
Francamente, fue un resultado funesto para el atletismo porque la cultura del perdón permitió competir a Justin Gatlin en Londres a sus 35 años, y convertirse en el campeón mundial más longevo del hectómetro, después de ofender al deporte en 2001 y 2006 con sendos positivos por consumo de sustancias prohibidas.
El público, sin embargo, aclamó hasta el desquicio a Bolt como un héroe y abucheó estruendosamente al villano Gatlin, nadie en las tribunas del estadio Olímpico Reina Isabel quería premiar al tramposo, al trasgresor, todos adoraban al ídolo caído y de alguna manera, pese a la derrota, legitimaban a perpetuidad su legado.
Muchos expertos -entrenadores y prensa especializada- coincidieron en algo durante los días del colapso: Gatlin no ganó la carrera, simplemente Bolt la perdió. Para nadie es un secreto que el caribeño bajaba de 9.90 segundos caminando hace apenas uno o dos años y en esta ocasión se ganó el oro con 9.92, una marca discreta y ridícula a estas alturas del siglo XXI.
La caída del ángel de ébano tiene un solo culpable: él mismo. Con irregularidades notables en su entrenamiento y poquísimas carreras en la temporada, Bolt corrió un riesgo enorme y lo pagó bien caro. Su mejor marca del año da risa, 9.95, sobre todo si recordamos sus prestaciones en la última década.
Su progresión era de otro planeta. Por ejemplo, en 2008 hizo el hectómetro en 9.69, en 2009 impuso el récord mundial de 9.58, en 2010 llegó hasta 9.82, en 2011 marcó un tope de 9.76, en 2012 plasmó un 9.63, en 2013 dejó un 9.77, en 2015 regaló un 9.79 y hace apenas un año, en 2016, detuvo los relojes en 9.81.
Solo en 2007 (10.07), con solo 20 años, y en 2014 (9.98) tuvo registros máximos inferiores al de este año.
No por gusto atesora 11 títulos mundiales (tres en los 100 metros) y ocho medallas de oro en Juegos Olímpicos. Era totalmente imbatible y para colmo con una historia médica limpia, capaz de mantener viva la dignidad del deporte en tiempos tan oscuros.
Me voy con una certeza clara, cuando estoy en forma, a plenitud, nadie puede batirme, me percaté hace mucho tiempo que es imposible para los demás, reconoció, con nostalgia, minutos después de acabar la carrera con una decepcionante medalla de bronce.
Simplemente debió retirarse después de los Juegos Olímpicos de Río, pero continuó por orgullo y, nadie lo dude, por poderosos incentivos comerciales. El Señor Dólar le nubló la vista y lo obligó a correr un año de más, aunque ciertamente solo él podía optar por el título del mundo sin la imperiosa necesidad de entrenar.
Cuando lean estas líneas ya estará implantada la era post-Bolt en la velocidad pura, aunque ciertamente tendrá el relevo 4×100 para resarcirse, una especie de póliza de seguros contra la derrota del 5 de agosto.
Ese día podemos marcarlo con mayúsculas en el mapa de la historia del deporte porque significó la verdadera salida del superhombre, el adiós del ídolo, su ascensión definitiva a la comarca de los inmortales junto a los Mohamed Alí, Michel Jordan, Babe Ruth o Pelé.
Todos extrañaremos esos estallidos de adrenalina repartidos en una década, la encarnación alienígena de la aceleración vertiginosa, empaquetada en un carisma entrañable; añoraremos el deseo de pensar en lo imposible; soñaremos con el pasado y nos resistiremos a pensar que el guión de la película terminó… con una derrota.